“Hay quienes se apasionan por las expediciones a lugares lejanos. Yo también lo hago, pero los ámbitos cercanos no me intrigan menos. Vivo desde chica en Castelar, una ciudad del conurbano Oeste, con todo tipo de casas. Las he visto nacer, crecer y envejecer, remodelarse y reinventarse, cambiar de dueños y también, cuando nuevos códigos urbanísticos lo habilitan, ser derribadas para erigir departamentos en los amplios terrenos. En los frentes homogéneos de esos edificios recientes, las ventanas iguales de las viviendas quedan generalmente lejos de la vereda que transitamos los caminantes. Rectángulos esquivos, no ofrecen demasiado asidero para adivinar los gustos particulares de quienes las habitan. Si esa posibilidad existiera, me anotaría en un tour que me permitiese asomarme a casas vivas de diferentes épocas y tamaños, con un guía que diera explicaciones, pero no demasiadas, solo las suficientes como para adivinar lo que no se sabe, lo que no se dice. Puesto que no hay excursiones de esa clase, me las invento. Para eso, y quizá por eso, soy novelista. Y, por supuesto, he sido y sigo siendo lectora apasionada de novelas.
¿Qué hacen esas ficciones sino ofrecernos el acceso a los espacios privados donde otros humanos traman vidas que desconocemos, se rodean de objetos que condensan la memoria y exhiben sus claves escondidas?”
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